El salario mínimo no tiene por qué generar desempleo
Dentro de las políticas públicas sobre el mercado de trabajo, el salario mínimo interprofesional es uno de los pilares clave. Esto es debido, no tanto a su efecto agregado sobre la distribución de la oferta laboral, sino al protagonismo que ostenta en el debate público y mediático. En España, esta situación se ha intensificado tras la fuerte subida del salario mínimo por parte del gobierno de coalición conformado por el PSOE y UP, de 735 a 1080 euros en 14 pagas. Aproximándose las elecciones, era previsible que tanto los partidos de la oposición como del gobierno comenzaran a hacer balance de los datos del mercado laboral español, los primeros enfatizando cuán pésima ha sido la gestión del gobierno y los segundos condecorándose con toda suerte de medallas por haber avanzado más que nunca en derechos laborales. Como suele pasar en este tipo de debates políticos, el afán por hacer permear el relato de cada cual provoca que el principal perjudicado sea el riguroso análisis científico de los estudios existentes. Ahora bien, ¿qué ha pasado realmente con la subida del salario mínimo? ¿Realmente ha tenido un efecto tan netamente positivo como postula el Ministerio de Trabajo?
Lo primero que hay que comprender es que el salario mínimo tiene un efecto muy concreto sobre un segmento laboral específico: aquel cuyos salarios se encuentran por debajo o cercanos a aquel que quiere fijar el gobierno. Por ejemplo, un trabajador que cobra diez onzas de oro al mes no se va a ver afectado por una subida del salario mínimo a cinco onzas, cuando sí aquel que cobraba cinco onzas o menos. Lo segundo es que, según la naturaleza del mercado laboral y de la cuantía estipulada por el Estado, la imposición de un salario mínimo puede tener efectos distintos.
La realidad es que el salario mínimo no tiene por qué generar desempleo en dos situaciones concretas: 1) cuando el salario mínimo fijado está por debajo de los salarios más bajos del mercado; y 2) en un mercado monopsonista u oligopsonista, en el que hay uno o muy pocos demandantes de mano de obra que cuentan con el poder negociador suficiente como para impulsar los salarios a la baja, obteniendo un mayor margen por trabajador. En la primera situación, si A, que cobra tres onzas de oro, es la persona que menos gana de su aldea, le imponen un salario mínimo de una onza, el efecto neto será nulo porque el salario de A está por encima del salario mínimo fijado. La segunda situación es muy diferente: ahora el salario mínimo fijado es de siete onzas, y A, B, C, y D (que cobran 3, 4, 5 y 6 onzas) son los únicos trabajadores de la aldea y su aportación al proceso productivo es de 10 onzas. El único capitalista de la aldea, E, goza de amplios márgenes porque solamente él demanda mano de obra. Suponiendo que E no podría desplazarse a otras aldeas donde pudiera retener este poder negociador, el efecto neto de la imposición del salario mínimo es que ahora A, B, C y D han pasado a cobrar siete onzas los cuatro.
Sin embargo, no todas las subidas del salario mínimo se dan en estas circunstancias. Los oligopsonios en el mercado laboral son propios de economías primitivas, y tienen poco que ver con la complejidad de las relaciones laborales actuales. En lugar de cinco personas aisladas en una isla, nos encontramos a miles de empresas con millones de trabajadores que se encuentran en una movilidad constante. Mientras que el poder negociador de los trabajadores y de los capitalistas puede alterar marginalmente el efecto del salario mínimo, este suele ser la destrucción de empleo, pues la cantidad impuesta por los gobiernos incrementa los costes laborales por encima de la productividad marginal del trabajador. Así lo ha documentado el Banco de España en su informe sobre la subida del 2019 (https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesSeriadas/DocumentosOcasionales/21/Fich/do2113.pdf), concluyendo que esta destruyó o dejó de crear cien mil empleos.
No obstante, muchos de los partidarios del gobierno de coalición han argumentado que la subida del salario mínimo no ha destruido empleo, pues el nivel de desempleo se encuentra en mínimos históricos. Lo que no tienen en cuenta es que una destrucción marginal de empleo es compatible con un aumento de este. Por ejemplo, un campo de naranjas puede incrementar su producción de cincuenta a cien toneladas, pero puede haber habido plagas que hayan destruido cincuenta toneladas que de otra manera el agricultor habría comercializado. Evidentemente, los máximos históricos en la cosecha de naranjas no invalidan el hecho de que haya habido plagas cuyo efecto marginal haya sido la inutilización de la cosecha.
En conclusión, sería incorrecto generalizar una situación concreta que se pueda dar en todos los países del mundo. Sin ir más lejos, en un estudio sobre la consecuencia de otra subida en un McDonald’s estadounidense, David Card (premio Nóbel de Economía de 2021) descubrió que esta no había destruido empleo. Si la evidencia en el caso de España sugiere lo contrario no es porque el salario mínimo destruya necesariamente empleo, sino porque en estas circunstancias concretas sí que ha ocurrido. Ante esta situación, la dicotomía del Ministerio de Trabajo es clara: 1) rectificar y asumir los efectos indeseados de esta política; o 2) rechazar la evidencia y recurrir a la demagogia y a las falacias estadísticas para difuminar lo que ha sucedido con la subida de 2019 –y probablemente con la de 2020 y 2021–, a saber, destrucción marginal de empleo.