Ayer vi por primera vez Matrix. Esta película, al margen de tener escenas de acción trepidantes, un guion espléndido y una actuación impecable, destaca por las reflexiones que se dan en el campo de la libertad y, en mayor medida, de la epistemología, que serán los temas que se tratarán en este artículo. Esta distopía que muestra la película no es ciencia ficción, sino una realidad más cercana de lo que pensamos.
Para empezar, no es el propósito de la película hacernos reflexionar sobre si vivimos en una simulación controlada por una Inteligencia Artificial, sino más bien plantearnos nuestra relación con la verdad y el conocimiento. No es una obra audiovisual dedicada a los paranoicos conspirativos, sino más bien a aquellos defensores de la búsqueda de la verdad como la empresa innata y esencial del ser humano. No es casualidad, por tanto, que los “buenos” de la película sean aquellos que quieren hacer escapar a la sociedad de una simulación que les corta las alas y les subyuga día tras día.
Además, la célebre dicotomía que le plantean al protagonista al principio de la película, a saber, ingerir una pastilla roja con la que descubriría la verdad, o una azul con la cual olvidaría lo que sabe y continuaría viviendo una vida planificada es aquella que, como sociedad, se nos plantea día a día. La pastilla azul, en forma de redes sociales dominadas por la inmediatez y la falta de esencia, el pensamiento precoz y poco detenido, canciones repetitivas sin ninguna profundidad filosófica y una tendencia ascendente a satisfacer únicamente nuestras necesidades biológicas, nos ofrece una vida sin complicaciones ni preocupaciones. La roja, no obstante, representa los libros, la reflexión, el afán por conocer y el cuestionamiento constante del conocimiento que uno posee. Al contrario que la azul, esta pastilla se queda en nuestras estanterías día a día, pues tomarla conlleva una inseguridad constante, una silla con un único apoyo, donde nada de lo conocido es fijo, sino cambiante, volátil y pausado.
Por añadidura, también nos muestran con una claridad asombrosa la relación que tienen el conocimiento y la libertad, como dos caras de una misma moneda. Ese rebaño anestesiado que forma parte de la simulación se nos muestra doblegado, sin posibilidad alguna de conocer la realidad que les rodea. Es una suerte de masa homogénea de individuos destinados a nada más que participar en una simulación que ni siquiera saben que existe. Por supuesto, y tal y como postula Kant en su Crítica a la razón pura, conocemos la realidad en la medida en que lo permiten nuestros sentidos y habilidades, y al tener estas ciertas limitaciones, jamás podremos llegar a conocer la totalidad de la sociedad que nos rodea. Sin embargo, esto no significa que, como las personas que se encuentran en la simulación no pueden obtener el conocimiento mínimo sobre el mundo que les rodea, son libres. Nada más lejos de la realidad: precisamente porque han injerido, voluntaria o involuntariamente, la pastilla azul (de la ignorancia), están doblegados a esos impulsos humanos diseñados por una Inteligencia Artificial perversa a golpe de algoritmos.
En conclusión, Matrix plantea el problema central de la ciencia epistemológica, a saber, en qué medida estamos los seres humanos dispuestos a conocer la realidad, y alejarnos de dogmas de fe, pensamientos infundados y errores teóricos que hoy en día continúan persistiendo en la ciencia y la sociedad. El ser humano posee la semilla de su propia destrucción, que es el fin del querer conocer, y es en la medida en que dejemos de saborear sus frutos que progresaremos hacia niveles mayores de bienestar, cultura y libertad.