La demagogia política y la reticencia a aportar verdaderas soluciones
Por qué la clase política (casi) siempre va a preferir el cortoplacismo a las soluciones estructurales
La Escuela de la Public Choice lleva décadas avisándonos de cómo los dirigentes políticos siempre van a optar por medidas a corto plazo –que posiblemente agrave el problema a largo plazo– ante las verdaderas soluciones estructurales a la cuestión. Esto es porque, en un sistema democrático, los aspirantes a poseer el poder estatal anhelan, no la resolución de los asuntos que nos conciernen, sino la reelección a corto plazo. Sabiendo que las soluciones estructurales son mucho más impopulares –pues la mayoría de las personas prefieren ser engañadas a buscar las verdaderas causas, por muy incómodo que esto pueda parecer–, el político no se resistirá a escoger el cortoplacismo a la responsabilidad monetaria, financiera y fiscal.
Tampoco cabe olvidar que esta filtración en el ideario social del cortoplacismo y las soluciones mágicas se produce por tres posibles razones: 1) los individuos subconscientemente se ven seducidos por la demagogia política en su buena fe; 2) la sociedad no posee el conocimiento suficiente para distinguir las medidas aptas de las no aptas, las adecuadas de las no adecuadas; o 3) las personas prefieren formar parte del rebaño ideológico a la disidencia, por mucho que sepan (o no) lo erróneo de las propuestas. Es decir, en un país donde la conciencia social rechazara el cortoplacismo, los políticos, en su búsqueda del mayor número de votos, se verían abocados a buscar aquellas políticas profundas con una proyección a largo plazo.
Con todo, no se está pretendiendo defender que la mayoría de la sociedad es una ignorante, sino que hay una clara tendencia política hacia el cortoplacismo que debe ser evadida si no queremos empobrecernos a nosotros y a las generaciones venideras. Entre los ámbitos que generan más preocupación en la actualidad, destacan la inflación y la crisis del Estado del Bienestar en Europa, compuesta por la constante devaluación de las pensiones y la saturación de los servicios públicos.
Las reformas estructurales también son vitales para mantener la convivencia en sociedad, porque los problemas siempre acaban poniéndose de manifiesto y, cuando esto sucede, muchos individuos plasman su indignación de forma violenta, socavando esa convivencia sobre la que se fundamentan las sociedades desarrolladas. Esto ha sido lo que ha acabado sucediendo en Francia donde, tras la aprobación de una reforma de las pensiones, se han producido una serie de manifestaciones violentas en señal de indignación ante esta. Muchas de estas personas preferirían escuchar que el sistema Ponzi es perfectamente sostenible, por mucho que el gasto no esté parando de incrementarse, transfiriendo el coste de las prestaciones a las generaciones futuras.
En materia de inflación, la situación es distinta en forma, pero no en fondo, pues la inflación es un problema económico cuya raíz radica en el mercado monetario, cuando las pensiones son una cuestión de finanzas estatales. Sea como fuere, la respuesta de la clase política ante el deseo popular de escuchar soluciones mágicas se ha materializado en forma de apelaciones a la intervención de precios y las nacionalizaciones de supermercados, verbigracia. La evidencia empírica es irrelevante cuando la población no está dispuesta a ahondar en las políticas que aboga, contribuyendo más a la proliferación de medidas que, en este caso, han resultado ser de lo más empobrecedoras para el pueblo.
En conclusión, será la disposición futura que tengan las sociedades en los años venideros a filtrar la efectividad de las medidas propuestas lo que determinará el peso del cortoplacismo en los discursos políticos imperantes. En la medida en que el bienestar de las generaciones venideras dependerá de la política fiscal y monetaria actual, la batalla de las ideas es de gran relevancia para asegurar la prosperidad futura de nuestras sociedades. Son precisamente estas, las ideas con más arraigo, las que determinarán cuánto proliferará el cortoplacismo y las soluciones mágicas (que no son tal), que deben ser fiscalizados en aras de un mayor bienestar futuros. Y, mientras esto no suceda, como decía Ludwig von Mises, repetiremos tantas veces la verdad como ellos repitan la mentira